Salas blancas hospitalarias: bloque quirúrgico y barreras que reducen riesgos
Fecha: 26/02/2018
Idioma: Castellano
Web: Ver aquí
Autores: Marité Alonso Argul, arquitecta PMP©; Lourdes Cillero Jiménez, licenciada en Medicina y Cirugía; Carolina Muñoz Rubio, arquitecta. Son socias fundadoras de la empresa UNIQUE
Procedencia: Unique Arquitectura de la Salud
INTRODUCCIÓN
Ya en el siglo XVIII se constató la existencia de enfermedades adquiridas por ingreso hospitalario y se pensó que nunca podrían ser vencidas. Pero la evolución ha permitido crear barreras para reducir el riesgo: personales (vestuario), de instalaciones (calidad del aire), residuos y de planificación de las obras de los centros, con participación de equipos multidisciplinares. En el diseño de los quirófanos no existen normas de aplicación universal sobre las instalaciones ni sobre la ventilación, permitiendo adoptar estrategias acordes con cada modo de trabajo, aunque se dificulte la comparación de resultados en la lucha contra la infección. En lo que sí existe consenso es en la separación por zonas de menor a mayor riesgo de infección: zonas blancas, grises y negras en el interior del Bloque Quirúrgico (Fig.1).
Respecto al tránsito, existen bloques de pasillo doble (generalmente uno para limpio y otro para sucio, aunque las configuraciones observadas son múltiples) frente a otros bloques con pasillo único. Pero no existe evidencia científica de que la separación de circuitos disminuya la infección (Proteger adecuadamente los distintos materiales – recipientes herméticos - permite el entrecruzamiento sin riesgo).
UN POCO DE HISTORIA
Se atribuye a Johan Peter Frank (1745-1821), considerado padre de la higiene moderna, la siguiente frase: “¿Puede haber mayor contradicción que una enfermedad adquirida en el Hospital? ¡Una enfermedad que sólo puede ser contraída en el lugar donde se espera acabar con la que se tiene! Y sin embargo, esta es la consecuencia de los grandes hospitales, que no pueden hacerse saludables ni con nuestros mayores esfuerzos”. Y es que la práctica de procedimientos cada vez más complejos y agresivos, junto con el aumento del arsenal terapéutico, han ido dando lugar a un incremento de los efectos adversos debidos a la técnica y no al proceso de base de los pacientes. La preocupación por la seguridad del paciente se inicia en los años ‘70, como consecuencia del incremento de litigios por “Mala praxis” y por errores médicos, con cuantiosas pérdidas económicas para las compañías aseguradoras. Nace así el “Risk Management” (Gestión del Riesgo en España), basado en la imposición de primas elevadas para todas aquellas organizaciones que no tenían implantada una política de prevención de riesgos que diera lugar a indemnizaciones. A partir de la década de los ‘90, comienzan a aparecer numerosas publicaciones (Harvard Medical Practice Study, o la publicación del artículo del Instituto de Medicina Americano “To err is human: building a safer health system”) que aportan datos concretos, cuantifican y clasifican algunos de los efectos adversos y comienzan a poner de manifiesto evidencias científicas de las medidas de control. En el caso del estudio del Instituto de Medicina norteamericano se puso de manifiesto que los errores médicos eran la causa de entre 44.000 y 98.000 defunciones cada año en los hospitales de Estados Unidos, más que los accidentes de automóvil, el cáncer de mama o el SIDA. El estudio de Harvard concluyó que un 4% de los pacientes sufre algún tipo de daño en el hospital, que el 70% de esos eventos adversos provocan una incapacidad temporal, pero el 14% de dichos incidentes son mortales. Se estima un coste nacional total por los eventos evitables entre US $ 17.000 millones y US $ 29.000 millones al año, incluidos el lucro cesante, la discapacidad y los gastos en actos médicos. En cuanto al resto de los países desarrollados, el “Quality in Australian Health Study (QAHCS)” publicado en 1995 halló una tasa del 16,6% de efectos adversos causados por fallos en la seguridad entre los pacientes internados. Europa tarda algo más en incorporarse a la política de seguridad, en concreto no es hasta el año 2000 cuando el Departamento de Salud del Reino Unido (National Health Service, NHS), publica su informe “An organization with a memory”, en el que se estima que se producen un 10% de eventos adversos durante los ingresos de pacientes, o sea alrededor de 850.000 eventos al año en el NHS. Esto supone un gasto en estancias hospitalarias de 2.000 millones de libras al año y un coste añadido por pago de indemnizaciones que llega a los 400 millones de libras. La OMS no toma cartas en el asunto hasta el año 2001 y habrá que esperar hasta el año 2004 para asistir al nacimiento de la Alianza Mundial para la Seguridad del Paciente, en la que al mismo tiempo que la OMS lidera este movimiento, se marca a los países miembros las estrategias sobre las que se deben focalizar los esfuerzos. En España es en el año 2007 cuando se hace patente la preocupación por la Seguridad del Paciente por formar parte de las estrategias marcadas por el Sistema Nacional de Salud en su Plan de Calidad, y esto es debido fundamentalmente a la potencia de los datos presentados por el estudio ENEAS (Estudio Nacional de Efectos Adversos) que ponen de manifiesto que el 9% de los pacientes ingresados sufre un episodio relacionado con la asistencia y no con su enfermedad. El 45% de los efectos adversos se consideraron leves, el 39% moderados y el 16% graves. La incidencia de muerte como consecuencia de fallos en la seguridad, fue del 4,4%, pero el resultado más dramático es encontrar que el 42,8% de estos efectos adversos (EA) es considerado evitable.
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