Doña Flor y los dos paradigmas: la máquina de curar y la arquitectura salutogénica
Este artículo fue publicado por primera vez en el anuario de la Asociación Argentina de Arquitectura e Ingeniería Hospitalaria (AADAIH).
Los que tenemos algunos años recordaremos la imagen de una bellísima Sonia Braga bajando la ladera del Pelourinho de la mano de sus dos maridos: el del momento, Teodoro, que le garantizaba seguridad y respeto pero era aburrido y previsible, y el anterior, Vadinho, vago y borrachín pero seductor y apasionado. La película de Bruno Barreto, basada en el libro homónimo de Jorge Amado [1], plantea la imposibilidad, pero a la vez la fantasía de la protagonista, de tener simultáneamente dos maridos: bien distintos entre sí y encontrando en uno lo que el otro no tiene.
Metafóricamente como Doña Flor, la arquitectura para la salud debería intentar caminar, cada vez más, de la mano de los dos grandes paradigmas donde podemos agrupar los principales conceptos para el diseño de los edificios de atención de la salud: el paradigma clásico o positivista del hospital como máquina de curar, y el paradigma contemporáneo o fenomenológico de la arquitectura salutogénica.
El paradigma del hospital como máquina de curar reúne a las dimensiones hoy tradicionales de la arquitectura hospitalaria, las cuales fueron básicas para los planteos teóricos de los años 60 a los años 80, y para los grandes proyectos de la segunda mitad del siglo pasado. Se basan en una concepción esencialmente funcionalista muy difundida en la arquitectura hospitalaria del siglo XX. El hospital como una máquina de curar es a su vez producto de la concepción del cuerpo humano también como una máquina. Idea ésta muy presente en el paradigma biomédico occidental desde fines del siglo XIX y durante gran parte del siglo XX: el cuerpo humano es una máquina que al fallar (enfermarse) debe ser reparada mecánicamente en su parte descompuesta y para ello ingresa a un taller que se denomina hospital.
Las conceptualizaciones sobre accesos, estructura circulatoria, organización funcional, flexibilidad, crecimiento, función y forma, modulaciones, y articulación con las instalaciones y el equipamiento, son las dimensiones que podemos decir que componen este paradigma.
Al día de hoy el paradigma clásico es aún, no solamente vigente sino también, dominante en muchos proyectos a partir de que sigue siendo central en la formación de los profesionales y en la práctica de la especialidad.
Como superación de los paradigmas del cuerpo humano como una máquina a ser reparada mecánicamente y del hospital como una máquina de curar, entendiendo que los mismos no permiten una compresión más abarcativa de la complejidad del proceso salud/enfermedad/atención y de la complejidad de los espacios de atención de la salud, se han ido explorando otros conceptos o dimensiones que pueden ser agrupados en el paradigma de diseño salutogénico. Para este paradigma, la arquitectura no es curativa pero si puede ser terapéutica ofreciendo un continente que mejore la experiencia de pacientes, acompañantes y personal.
El concepto salutogénico ha sido desarrollado por varios miembros de la International Academy for Design and Health, especialmente por Alain Dilani [2], en contraposición al concepto de patogénico, entendiendo que la arquitectura y el espacio no son neutrales y que pueden provocar estímulos positivos o negativos en el estado de salud de sus usuarios. Aunque puede asimilarse al concepto de humanización, muy utilizado en los últimos años, resulta más amplio y, sobretodo, preciso el término salutogénico. La palabra humanización, si bien se utiliza en este caso en un sentido positivo, no deja de incluir cualquier acción o hecho producido por el ser humano, sea positivo o negativo, pudiendo ser por lo tanto demasiado ambiguo e indefinido.
De todas maneras, las elaboraciones conceptuales alrededor del término humanización van en ese mismo sentido. Un ejemplo de ello son los trabajos de Fábio Bitencourt donde explica la teoría de la jerarquía de las necesidades [3] de A. Maslow y F. Herzberg.
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