Como España, Italia es uno de los países europeos con mayor esperanza de vida y, al mismo tiempo, con una bajísima natalidad. El concepto de célula familiar, por otra parte, está en constante transformación: ¿Qué se considera hoy una familia? ¿Cuál es su tamaño? ¿Cómo es la relación de las personas que la forman? ¿Cómo se suceden las transferencias generacionales?

Además, a diferencia de hace algunas décadas, las personas mayores tienen mayor riqueza que los adultos que trabajan. No obstante, esta generación de mayores, con aún 30 años por vivir, tiene más necesidades asistenciales (que están relacionadas directamente con la edad).

Así que, desde hace algunos años, ayuntamientos de diversas ciudades italianas están empezando a activarse en la construcción de residencias para personas mayores. Demandan edificaciones con servicios hoteleros y asistenciales, que deben cubrir las necesidades médicas y las de relaciones humanas.

La residencia para mayores

El objetivo, sobre todo, es eliminar la percepción de que se trata de infraestructuras para aparcar humanos. Porque, en realidad, ¿Cuál es el imaginario social al respecto de una residencia para mayores? Se piensa en un lugar sombrío, con malos olores y descuidado. Se piensa en un lugar que priva ─un poco─ la libertad. ¿Se puede salir? ¿Cuándo? ¿Bajo qué circunstancias?

Recientemente, en un periódico nacional italiano (La Repubblica, 27.10.21, p.25), se publicó la carta de un lector que no veía a su cónyuge ─huésped en una casa de reposo─ desde hacía dos meses. “¿Para qué que sirven las casas de reposo? Pensaba que para que una persona dependiente pudiera pasar los últimos años de su vida de la mejor manera posible. Pero [...] la residencia no ofrece cariño: ofrece servicios. Para mi mujer, había encontrado una casa de reposo pequeña pero acogedora, que fomentaba las visitas de familiares, pero la pandemia la convirtió en inaccesible. Las casas de reposo, sin visitas de familiares, son lugares tristes, donde no se espera vivir, se espera morir”.

En general, las residencias en funcionamiento se habían concebido para controlar a personas mayores con demencia. Porque la arquitectura se define con algún grado de control. En Arrugas, el comic de Paco Roca (Paco Roca, Arrugas, 16 ed. Bilbao: Astiberri, 2021 ISBN: 978-84-96815-39-1), el abuelo protagonista vive debajo de una planta para personas con demencia. Los que comparten su planta viven la presencia de esa planta con el agobio de pensar que los llevarán allí y que no saldrán nunca más. Solo muertos. Pensar en una estructura institucional que nos puede poner entre rejas, aunque el espacio de uso actual sea confortable y agradable, provoca una sensación constante de angustia.

La idea de protección que debe dar una residencia no debe convertirla en un edificio de vigilancia. Así que es fundamental eliminar los riesgos que pueden surgir entre los usuarios. Uno de ellos es la reclusión. Otro riesgo es la necesidad asistencial: convertir la estructura en un hospital, con los olores, colores o ruidos que esto significa. Debe controlarse para convertirlo en un servicio al cual acceder, pero que no sea la esencia de la residencia.

Otras posibilidades

La transformación de la sociedad y las familias implica otro riesgo a apartar de las residencias: la soledad. Con los años, se reducen las relaciones e interacciones sociales, y mucho más las intergeneracionales. Una residencia es una posibilidad para solucionar este tema: para configurar una comunidad de personas de la misma edad, con quienes puede ser más factible compartir gustos. Se debería, incluso, optar por crear una comunidad (que no una comuna) en la que se pueda experimentar relaciones heterogéneas de familia. La idea de esos equipamientos mixtos es que, al tener una estructura con servicios comunes y jardines en planta baja, las personas mayores comparten el espacio y los usos con estudiantes, jóvenes y niños.