No cabe duda que "la faceta utilitaria" de la arquitectura que alumbrava el siglo XVIII era claramente secundaria. Al margen de iglesias y palacios, incluso, las edificaciones de carácter oficial e institucional tales como cuarteles, panaderías, cárceles y hospitales, por citar unos ejemplos, mantenían un sentimiento específico de universidad y transcendencia, o en el mejor de los casos y en palabras de Spiro Kostof "un mensaje social que emblasonar". Solo un cambio en el pensamiento y la aspiración generalizada de una sociedad más justa e igualitaria podía incorporar plenamente el componente utilitario como una virtud más e intrínseca de la arquitectura.

La idea de unas soluciones funcionales y aplicables a las necesidades de los súbditos por encima de las propias consideraciones formales y estilísticas, dará como resultado un tipo de arquitectura centralizada, regular y ordenada en su disposición y con una serie de edificios comunes de donde partían las directrices y organización de la vida colectiva. En torno a un núcleo o eje central dominado por la Capilla, residencia de los rectores y órganos de administración se situarán los distintos pabellones con sus servicios, propios o comunes, ya sea en disposición radical o e hileras, y unido todo el conjunto mediantecalles y grandes patios. Alejado de los núcleos de población por razones de seguridad e higiene se compensará su ubicación por razones estratégicas y buena comunicación. En resumen se trataba de auténticas nuevas comunidades, pequeñas ciudades, donde la funcionalidad de su arquitectura marcará las propias relaciones humanas. Es el caso de muchas construcciones del siglo XVIII, y en parte del mismo urbanismo neoclásico, y que afectará, especialmente, a cuarteles y prisiones, hospitales, asilos y orfanatos, cementerios y grandes centros educativos y universitarios. Y es también el caso del proyecto, quizás mejor aspiración, que nos ocupa.