La Biofilia y los Jardines Terapéuticos

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Biofilia

El término biofilia hace referencia a la necesidad del ser humano de estar en contacto con la naturaleza y con otras formas de vida.

Según Moya y Cedrés de Bello (2021)1 "…biofilia … proviene del griego bios vida y philia amor, literalmente significa amor por la vida". Allí explican que el término originalmente fue definido Erich Fromm (1973), y desarrollado posteriormente por Edward Osborne Wilson (1984). "De acuerdo con la teoría de Wilson, las personas necesitan el contacto con la naturaleza, ya que es fundamental para el desarrollo psicológico. Sostiene que durante los millones de años que el homo sapiens se relacionó con su entorno, creó una necesidad emocional profunda y congénita de estar en contacto cercano con el resto de los seres vivos, ya sean plantas o animales. La satisfacción de ese deseo vital tiene la misma importancia que el hecho de establecer relaciones con otras personas. Así como nos sentimos bien al socializar, encontramos paz y refugio cuando vamos a un bosque, al mar, miramos muros verdes o estamos con nuestras mascotas" (Moya y Cedrés de Bello 2021)2.

Si bien los jardines terapéuticos no son la única aplicación posible del concepto de biofilia en un edificio, los mismos cumplen un rol muy importante como parte de las estrategias para dar respuesta a la necesidad de relación del interior con el exterior y del ambiente construido con el ambiente natural.

Por ello el diseño y el uso de los jardines terapéuticos están ocupando en las últimas décadas un mayor espacio en el proyecto de los edificios para la salud, redefiniéndose como una temática específica con su propio campo de desarrollo disciplinar.

Es dentro de este marco que nos interesa analizar, a continuación, cuatro aspectos de los jardines terapéuticos directamente relacionados con la arquitectura para la salud: historia, efectos, tipos y recomendaciones de diseño.

 

Historia

Los jardines, terapéuticos o no terapéuticos, tuvieron un lugar significativo en los hospitales a lo largo de la historia. Sin embargo, en el siglo XX dejaron de ocupar un espacio en el proyecto y en la realidad de las instituciones de atención de la salud.

Cooper Marcus y Barnes (1995) sostienen que ya en la Edad Media surge el concepto de jardín terapéutico, y que los hospitales y monasterios tenían un patio recreativo donde los residentes encontraban techo, sol y sombra. Incluso mencionan que St. Bernard (1090-1153) escribió sobre ellos, y que en los siglos XVIII y XIX también hubo textos sobre el tema.

NYBG explican que en los hospitales medievales (siglos XII al XV) se cultivaban en los hospitales más hierbas y especias de las que se compraban afuera, siendo los jardines uno de los principales elementos del hospital por tres razones:

  • Proveían plantas para consumo alimentario y medicinales.
  • Proveían buenos olores.
  • Trabajar en el jardín era una actividad terapéutica.

Este último punto debe entenderse en el contexto de que prácticamente no existían tratamientos activos en la medicina y en los hospitales de la época. Gran parte del cuidado en estos hospitales era provisto por el entorno, donde el estímulo visual y olfativo de los jardines ocupaban un rol significativo.

Según NYBG en la teoría medieval había 6 elementos que influían en la salud y la enfermedad, varios de la cuales podemos relacionar con la naturaleza y el uso de los jardines:

  • Aire y entorno
  • Movimiento y descanso
  • Evacuación y repleción (saciedad)
  • Comida y bebida
  • Dormir e insomnio
  • Pasiones de la mente

Briones (2010) incluso va más atrás en el tiempo indicando que desde la cultura egipcia en 1.500 AC se cree que los espacios exteriores ajardinados pueden ser espiritual y emocionalmente curativos a través del verdor, de la luz del sol y del aire fresco.

Pero hasta en las teorías higienistas, de fines del XIX y principios del XX, consecuencia del hacinamiento en las ciudades que había producido la revolución industrial, los hospitales fueron concebidos con una articulación importante entre el exterior y el interior. La luz natural y el asoleamiento eran altamente valorados.

Para Campari (2009) las ideas fundamentales del pensamiento higienista de fines del siglo XIX con relación a la enfermedad como fenómeno social, se extendieron en la ciudad de Buenos Aires a diversos campos de acción, entre ellos, a la intervención paisajística de áreas verdes en instituciones hospitalarias, articulando un discurso y una práctica entre lo social, la salud y el espacio público. En su análisis estas medidas adoptadas siguieron los modelos europeos del utopismo reformista como los de Fourier (1829) y Garnier (1917), que bajo una mirada crítica de la situación social, examinaron la ciudad industrializada desde el desorden urbano, planteando alternativas de planificación urbanística basadas en el bienestar ciudadano, para elevar la calidad de vida de los habitantes y obtener mejores respuestas a los problemas de hacinamiento y enfermedades epidémicas que habían repercutido a nivel mundial. Este enfoque coincidió temporal y operativamente con la creación de la Asistencia Pública (1883) y la Administración Sanitaria (1892), como consecuencia de la creación de la Capital Federal, y de la construcción de varios hospitales en la ciudad con el objeto de velar por el bienestar sanitario de su población en la prevención y la cura de la enfermedad. Plantea una articulación conceptual entre las teorías higienistas urbanas y las teorías médicas sobre transmisión de la enfermedad que sustentaron en el diseño de los hospitales el uso de tipologías de pabellones separados entre sí, pero vinculados por áreas verdes que organizaban al conjunto hospitalario. Menciona como hechos significativos a los antecedentes de las enfermedades epidémicas de cólera (1869) y fiebre amarilla (1871) acontecidas en Buenos Aires, que hicieran cuestionar las condiciones higiénicas en las cuales se encontraba la Ciudad.

Al sostener que “en ese modelo de ciudad higiénica y de nuevos criterios paisajísticos ligados a la gestación y valorización de los espacios verdes públicos, basado en el pensamiento epidemiológico, se instauró un discurso político y un saber científico, institucionalizando al hospital como medida indispensable de protección higiénica y disciplinar”3 y que “se configuró un paisaje hospitalario que respondió a una norma de organización sanitaria, en la cual cada hospital estaría compuesto por un sistema de pabellones aislados y a la vez vinculados entre sí, por áreas verdes perimetrales como piezas, articuladas y constituyentes, de un concepto de conjunto hospitalario”4 le otorga a la parquización de los hospitales una trascendencia mayor que la simplemente propia del diseño hospitalario: entiende a los jardines de los hospitales pabellonales como parte de la parquización urbana.

Pero a partir de la mayor tecnificación de los tratamientos médicos y de los edificios (ventilación mecánica e iluminación artificial), del concepto del hospital como una máquina de curar y del cuerpo humano como una máquina a ser reparada en un taller (con la consiguiente pérdida de la subjetividad del paciente), y de las relaciones funcionales como el elemento determinante (por no decir prácticamente el único) para el proyecto, los hospitales comenzaron a tener cada vez plantas más compactas y extendidas, y cada vez mayor cantidad de locales sin iluminación natural y sin contacto con el exterior.

Cooper Marcus y Barnes (1995) explican que en el siglo XX la gran construcción de hospitales, el desarrollo en altura y la priorización de la relación costo-eficiencia hicieron que los jardines desaparecieran salvo en los hospitales de crónicos: “el jardín terapéutico y sus posibles beneficios curativos se han perdido frente a la alta tecnología, las drogas costosas y la cada vez mayor especialización médica”5. Incluso realizan una analogía entre el olvido de los jardines, y el olvido de la psiquis y del espíritu en el tratamiento de la enfermedad. Argumentan también que el lugar que tomaron los automóviles a partir de la década del 50 significó el abandono del espacio exterior en los hospitales para otros fines que no fueran los estacionamientos.

En palabras de Briones (2010) “el aire acondicionado ha sustituido la ventilación natural, los balcones y terrazas han desaparecido, y la naturaleza ha sucumbido a los aparcamientos”.6

Severtsen lo sintetiza en el concepto de “Cure over care”, que podríamos traducir al español como “tratamiento sobre cuidado”, entendiéndolo en nuestras palabras como la idea de que el desarrollo y el avance de los tratamientos médicos fue ocupando la totalidad del diseño del espacio hospitalario desplazando otros recursos arquitectónicos asociados a una concepción más holística del cuidado del paciente.

Sin embargo, nuevas teorías han demostrado la importancia de la luz natural y las visuales del exterior en la recuperación del paciente. Al mismo tiempo la relación con el exterior también se vuelve muy importante para el personal que trabaja muchas horas dentro del edificio y muchas veces bajo condiciones de presión y estrés significativos.

Varios autores sitúan este cambio de paradigma a partir de los años 90 cuando empezó a hablarse del diseño centrado en el paciente. Los administradores hospitalarios comenzaron a tomar en cuenta las reacciones negativas que generaban los ambientes institucionales cerrados y se comenzó a valorar el diseño contextual regional, los interiores acogedores y confortables, y los iconos familiares.

 

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