Conversaciones bajo la luz: Personas, salud y bienestar
Durante octubre, LIGHTINGPLAT y el clúster CICAT organizaron una jornada de conversación sobre la luz bajo una premisa sencilla y potente: la luz no es neutra. Moderado por Àfrica Sabé, fueron parte del panel las visiones de Clara Rius, arquitectura sanitaria; Adrià Huguet, científico de la luz; y Verónica Martín, interiorista y activista por la neurodiversidad; quienes contaron con la participación constante del público.
Clara Rius abrió el diálogo recordando a los asistentes que entorno, cuerpo y mente forman un sistema inseparable. Todo espacio impacta, a menudo de forma inconsciente, en nuestras emociones y conductas. En el caso de los proyectos sanitarios, donde los usuarios son especialmente vulnerables, el diseño debe cuidar validando sensaciones, reduciendo el malestar y priorizando la seguridad y la usabilidad por encima de la estética o la eficiencia. Además, Rius subrayó la necesidad de la evidencia, aunque la percepción sea en gran parte inconsciente, existen maneras de medir impactos y de aprender de la experiencia de los usuarios.
Por su parte, Adrià Huguet aportó el marco científico, pues la percepción del color es una construcción del cerebro y no una propiedad fija de los objetos, por lo que la industria de la luz se apoya aún en estándares históricos poco representativos, como experimentos con muestras mínimas y demográficamente sesgadas.
También recordó cómo la edad altera la transmisión del azul en el cristalino, lo que complica la sincronización circadiana en personas mayores. Con un experimento sencillo, ilustró el fenómeno de los metámeros, luces con espectros distintos que el ojo percibe como del mismo color, y cómo esto puede variar según la persona.
Verónica Martín trasladó todo ello al terreno de la neurodiversidad, explicando con ejemplos cotidianos cómo el parpadeo y el ruido eléctrico pueden desencadenar ansiedad, dolor de cabeza y desregulación sensorial en personas autistas o con TDAH. Asimismo, describió lo que es la percepción fragmentada: ir del detalle al conjunto, de modo que cambios bruscos de color, textura o iluminación se leen como cambios de volumen, como por ejemplo una sombra en el suelo puede vivirse como un escalón o un agujero.
Esto tiene consecuencias prácticas, suelos con franjas de colores pueden desorientar; escaleras demasiado uniformes sin contraste resultan peligrosas; los sensores que encienden o apagan luces sin control del usuario pueden generan sobresaltos. Finalmente recalco en la importancia de la accesibilidad sensorial y cognitiva, no solo física. Y, siempre que se pueda, devolver agencia a las personas permitiéndoles decidir la intensidad, encendido y temperatura de la luz en lugar de automatizarlo todo.
Durante el evento, varios profesionales compartieron casos reales como oficinas con grandes diseños pero inviables para trabajar; plantas corporativas con paneles baratos, CRI 80 y parpadeo, frente a direcciones con condiciones más cuidadas; estudios que prueban rutinas de posición, dirección e intensidad de luz vespertina para mitigar jet lag; y espacios sin luz natural donde programas espectrales se ajustan iterativamente con encuestas. Una intervención clave propuso cambiar el foco de medir lux en superficies a medir percepción y luz en el ojo, y acercar el interior a la lógica del exterior: techos que simulen un cielo difuso y dinámico, no solo paneles que cambian de color.
En cuanto a las conclusiones, combinar bioética con evidencia y empatía. Medir, preguntar, ajustar y priorizar a la persona por encima de la estética o la eficiencia cuando entren en conflicto. Porque la buena luz no es un efecto: es salud, seguridad y dignidad en la vida cotidiana.
Puedes revisar la jornada completa a continuación
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