Este artículo se publicó por primera vez en la revista Medicina Paliativa en el año 2020, Volumen 27, Número 2.

Como bien dicen Murray y Moine [1], “las personas mueren en todos los ámbitos, por lo que su cuidado debería ser óptimo en todos ellos”. El lugar de la muerte es solo el final del trayecto, un trayecto dinámico, que sigue diferentes trayectorias y que muchas veces, en muchos aspectos es, si no imprevisible, sí ciertamente sorprendente para los profesionales asistenciales.

Las prioridades y deseos de las personas respecto a su cuidado son fundamentales y deben tener siempre en cuenta, pese a que sea difícil darles respuesta en entornos públicos. Aun así, nuestro compromiso con los cuidados de calidad desde el principio de la etapa final de la vida debe ser incuestionable, y este compromiso también debe abarcar el respetar en lo posible el lugar de muerte.

Una revisión sistemática reciente muestra, de forma congruente, que las personas al final de la vida prefieren morir en sus domicilios (rangos del 31 al 87 % para pacientes y del 25 al 64 % para cuidadores) y la preferencia de los pacientes por morir en su casa se mantuvo en un 80 % de los casos, pese a la progresión de la enfermedad [2].

Consideran que su domicilio les permitiría con más seguridad mantener un contacto continuado con lo que ha sido y es parte de sus vidas. Les haría sentir que son todavía las personas de siempre, pudiendo controlar mejor el ambiente y disfrutar de más autonomía y normalidad.

Sin embargo, en un estudio publicado recientemente [3], se muestra que en España la defunción en hospital fue al menos un 75 % más frecuente que en domicilio, con variaciones importantes según la autonomía. Así, mientras que en Galicia y Comunidad Valenciana las defunciones por causas susceptibles de cuidados paliativos en el propio domicilio llegan al 40 %, en otras comunidades como Madrid o Cataluña este porcentaje solo alcanza al 22-23 %.