Tradicionalmente, los centros sanitarios eran concebidos como lugares funcionales, destinados a prestar tratamientos médicos. Sin embargo, en las últimas décadas se ha producido un replanteamiento de estos espacios, con diseños que se han transformado para ir más allá de la funcionalidad, integrando elementos que contribuyan a promover tanto la salud física como emocional de pacientes, profesionales y visitantes.

Esta nueva perspectiva, impulsada desde ISS España con la elaboración de estudios como el Decálogo de Bienestar Sanitario, apunta que el entorno físico tiene un impacto directo en la salud y el estado de ánimo de las personas. Esto ha provocado que conceptos como la arquitectura y el interiorismo terapéuticos cobren relevancia.

De esta forma se prioriza la creación de lugares que contribuyen activamente al bienestar mediante un diseño que se adapta a las necesidades de las personas. La arquitectura terapéutica se aplica en una gran variedad de estancias mediante elementos como la luz, la acústica, la circulación del aire o el acceso a zonas verdes.

Por su parte, el interiorismo terapéutico se enfoca en el diseño y la disposición de los elementos interiores, como el mobiliario, los colores, las texturas y la iluminación, optimizando los espacios internos para promover una experiencia emocionalmente positiva y funcional, con colores que inducen a la calma, el uso de materiales naturales o muebles más ergonómicos.

En este contexto, uno de los conceptos emergentes es la neuroarquitectura, una disciplina que estudia cómo los entornos pueden tener efecto sobre el cerebro humano, influyendo en el estado emocional y cognitivo. En los centros de salud, donde la ansiedad y el estrés son comunes, este enfoque nos facilita soluciones que favorezcan la tranquilidad, la relajación y la recuperación de los pacientes.