Este artículo está escrito por Mikel Rego García, es una versión resumida de su Trabajo de Final de Grado, tutorizado por Luís Jubert Rosich, en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura del Vallès

¿Puede dar respuesta la arquitectura, desde los principios de la accesibilidad cognitiva y sensorial, a las necesidades de los colectivos frágiles de la ciudad?

Cuando, siendo pequeño, pude ver de primera mano la transformación que la arquitectura es capaz de provocar en una ciudad como Bilbao, entendí que no solo tiene la capacidad para dar respuesta a un programa funcional, sino que además puede influir sobre la forma de vivir de toda una población. Por supuesto, estoy hablando de cómo las diferentes actuaciones que pivotan sobre un único edificio como el Guggenheim de Frank Gehry, acabaron transformando no solo la ciudad, sino la población de Bilbao y sus alrededores.

Con la convicción de que la arquitectura puede mejorar la vida de las personas, cuando hacia el final de la carrera me preguntaron cómo definiría nuestra profesión, mi respuesta vino a ser algo como esto: la arquitectura es nuestra herramienta para responder de forma ordenada, racional y equitativa a la necesidad del individuo, pero para toda la sociedad. Y aunque la definición de arquitectura tiene casi tantas acepciones como arquitectos, la mayoría coinciden en la necesidad y la obligación que debe tener la buena arquitectura para dar respuesta a necesidades no solo funcionales, sino también psicológicas y sociales. Porque tal y como dijo Patxi Mangado, “La arquitectura no siempre es sinónimo de construcción”.

Este trabajo pretende confrontar y provocar, desde las escuelas de arquitectura, una reflexión necesaria sobre el verdadero significado de la accesibilidad universal y abrir así un debate sobre el alcance y la responsabilidad que tiene la arquitectura para mejorar la calidad de vida de colectivos hasta hora ignorados durante el establecimiento de estrategias de proyecto.
 

Durante el transcurso de la historia, la sociedad ha ido evolucionando y convirtiéndose progresivamente en una sociedad más heterogénea. Esto ha obligado a la arquitectura a adaptarse y reinventarse para dar respuesta a las necesidades de la población, tanto a nivel individual como a nivel social. Sin embargo, a menudo el desarrollo de las ciudades y sus habitantes ha llevado implícita la aparición de una desigualdad que ha acabado convirtiendo a la arquitectura más funcional en un rehén de la esa desigualdad, marginando a aquellos sectores de la población más frágiles o vulnerables. En el contexto actual nos encontramos ante una sociedad cada vez más envejecida, en el que 60% de la población mundial supera los 60 años y junto con el reconocimiento de otros colectivos también frágiles, pero no necesariamente añosos, como es el caso del Trastorno del Espectro Autista, la arquitectura vuelve a convertirse en un pilar fundamental para tratar de adaptar los recursos construidos y los que están por construir, tanto públicos como privados, a los diferentes colectivos en función de su fragilidad y sus necesidades.

El trabajo parte de esta base y viene motivado por intentar explorar qué puede hacer la arquitectura para mejorar la vida de aquellas personas más “frágiles” de nuestra sociedad. No obstante, para dar respuesta a ello, es importante que primero entendamos el concepto de “fragilidad” que, desde un punto de vista clínico, se redefine como el estado en el que una persona sufre una pérdida de reserva fisiológica y de mecanismos compensatorios que provocan una disminución de adaptabilidad al estrés. Dicho de otra manera, la fragilidad no es sinónimo de envejecimiento.
 

Índice fragilidad VGI Frail