La calidad del aire interior más allá de la pandemia
La llegada de la pandemia provocada por la COVID-19 ha incrementado sustancialmente el interés y la preocupación por la calidad del aire en el interior de los edificios. Sin embargo, es una problemática que ya existía con anterioridad y que seguirá generando retos para la sociedad y las autoridades cuando todo pase.
La Calidad del Aire Interior (CAI) hace referencia a los niveles de contaminantes presentes en el aire del interior de los edificios y pretende establecer una relación directa entre estos y la salud y el confort de la sociedad. La mejora de las condiciones de vida ha tenido como resultado que las personas pasemos un tiempo cada vez mayor en espacios interiores para actividades laborales y de ocio. Esta modificación en las conductas sociales, unida a la utilización de nuevas técnicas y materiales de construcción, ha hecho que aparezcan nuevos contaminantes y que algunos se encuentren en concentraciones muy elevadas en los espacios interiores.
A pesar de estos hechos, hasta hace no mucho se le ha prestado más atención a la calidad del aire exterior. Se han organizado proyectos y protocolos internacionales para luchar contra los gases de efecto invernadero, los contaminantes responsables del agujero de la capa de ozono o los compuestos precursores de la lluvia ácida. El protocolo de Kioto (1997) está considerado como un hito histórico en la lucha mundial y conjunta contra la contaminación atmosférica. El acuerdo, ratificado por 187 países, tuvo como principal objetivo la adopción de medidas para reducir la emisión de los principales gases de efecto invernadero. Este primer paso tuvo su evolución en el Acuerdo de París (2015), que significó el establecimiento de medidas globales en la lucha contra el calentamiento global y el cambio climático.
Otro problema en el que la sociedad y las instituciones han puesto el foco desde hace mucho tiempo es el de los accidentes de tráfico. Sin embargo, se producen muchas más muertes relacionadas con la contaminación exterior que las provocadas por accidentes de tráfico. Según un informe publicado en el año 2016 por la Agencia Medioambiental Europea (EEA, por sus siglas en inglés), en el año 2013 se produjeron 70.000 muertes prematuras en Europa debido a la sobreexposición a dióxido de nitrógeno (NO2). Durante el mismo periodo, la CARE (Community Road Accident Database) cifra en 26.000 las muertes debidas a accidentes de coche. Además, algunos estudios estiman la cifra global de muertes relacionadas con la contaminación del aire en más de 400.000 personas al año en Europa.
Aunque los datos son claros, las estrategias para reducir la mortalidad relacionada con estos sucesos han sido bien distintas. ¿Cuántos anuncios de concienciación de la DGT recuerdas haber visto? ¿Y cuántos para concienciar acerca de la importancia de reducir la contaminación en las grandes ciudades?
La mala calidad del aire interior está relacionada con múltiples problemas para la salud: desde cefaleas, sequedad en los ojos y molestias en la garganta hasta enfermedades pulmonares y cardiovasculares. También se ha relacionado de manera inequívoca con la bajada del rendimiento escolar y laboral. Concretamente en el entorno laboral, ha habido en nuestro país algunos ejemplos notorios de problemas de salud asociados a la mala calidad del aire de los edificios.
Uno de esos ejemplos es la existencia de Edificios Enfermos y los problemas de salud asociados a estos espacios, agrupados bajo el término de Síndrome del Edificio Enfermo (SEE). Se conoce como Edificios Enfermos a aquellos en los que al menos el 25% de sus ocupantes presentan enfermedades y síntomas asociados a la mala calidad del aire interior. Estos síntomas suelen darse con mayor asiduidad en edificios de nueva construcción o recién remodelados.
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